Cielo
gris, estás muy quieto esta mañana.
Al
ruido ajenos gorjean los pajarillos.
Mi liturgia matinal
son valerianas sorbiendo
ora
café, ora cacao
con leche de soja.
¡Qué
quieto estás Cielo gris!
Casi
te toco con la mirada.
A
mi vista tonos verdes,
frondosos,
acá
un chopo, allá un olmo
mientras me dibujas tu tristeza,
Cielo
gris,
en
mi mirada.
La
normalidad vuelve a su anormalidad,
los
viajeros no viajan, van leyendo
curvas, ojos,
espaldas, reprimiendo el ansia;
la encarnada locura
se hace montaña y
valle,
oasis donde yacer y perecer.
Son caminantes
sin camino. Sus destinos
tienen
horarios, ritmos despiadados,
para
ser, hacer, actuar
como
se espera de nosotros.
En
mis iris,
Cielo
gris,
hay
una forma con guadaña,
un
éter, ¿qué se yo, un sueño?
viene
o va, no anda no para, ni está
ni
se le espera, vendrá cuando quiera.
A
mi vista, tonos verdes,
majestuosos,
bañados
en Sol, dibujados en oro,
y
mi dicha en mi calma, calma encendida,
dicha
de botica, de hoja blanca y azul.
Se enfría el café,
se anuda la garganta,
tu mirada se me aparece
y el alma se sojuzga.
Las palabras se enfrían,
mis
manos se hielan
si quiero decirte nada, o mucho,
¿qué
es la nada entre la nada?
Sin más te lo confieso
des del pou més profund del nostre cap.
Tonos verdes me miran sin verme,
¿qué
pensarán de mí las raíces y sus ramas?
Tomo
un sorbo de frío café,
recién hecho,
según los cánones,
con
agua
día a día
en
que repito
los
rituales, las misas
y los mantras.
No
hay caminos.
hay mapas, quienes suben
las persianas, van al Bar a tomar la porra
y leer
el Marca.
Ahora
se levanta una brisa, hay ruidos,
chirridos, vecinos despertando
reiteran su rutina.
Sin
rutinas no habría árboles,
ni
limonadas, ni dichas, ni calmas.
La
gran Máquina
está en marcha. Siguen
los gorriones
con
su pio pio
y con sus cánticos,
cántigas del hambre
o de la chicha:
la
lombriz, la mosca o
la
miga de pan.
¡Ni
qué verde,
ni qué valle!
¡Ni
campanas sobre campanas!
Me
gustan los árboles,
sentir la brisa,
pensar
tu cara,
tus
caderas,
tu sonrisa, tu
pelo, tus uñas
y hasta tus bragas.
Las
cosas son. Y lo que no,
se
tira por el vano.
Me
gusta, ya ves tú,
el perfil de tu mirada.
Recuento
los surcos
de mi cara, confiero
que he de rasurar
esta barba
que
pincha, que roza
como avispas.
¡Qué
quieto estás Cielo gris!
Y
que agitada está mi calma.