Sale
sin avisar la palabra
que
dulcemente cara dedicas
hacia
lo incierto tras la antipara
con
la mano en el arpón, e indicas
que
vuelva Dios, ¡ingrata batalla!,
a
mecerte la cuna en que ubicas
tu
ausencia, tus victorias pírricas,
las llagas ahítas, ¿qué te extraña?
¿Qué
preguntas ahíncas sin mi amor?
Si
no lo quieres no me lo pidas;
lo
sabe el Hombre, y hasta el mismo Dios,
que
es vano cada verbo que olvidas.
Tal
es, insano, cruel y acerbo licor,
melodías,
sin notas, bruñidas
en
ese candor que abre mis heridas.
Es
una roca mi abatida voz,
es
tu mirada caída una hoz.
Se
abre el Cielo en penumbras si te amo
en
silencio, sin hablar mis ojos,
hablándome
con descaro tus enojos
que
son viento y lluvia en que me acamo.